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El Tempranillo: el Robin Hood de la Serranía de Ronda

Descubre la historia de José María Hinojosa, el bandolero bueno que defendía a los humildes




España, siglo XIX. Un país convulso y cambiante, donde la ley se impone a golpe de fusil y la vida no vale más que un puñado de reales. Un país donde los hombres se hacen a sí mismos o mueren en el intento. Un país donde nacen los héroes y los villanos, los santos y los pecadores, los leales y los traidores. Un país donde surge la leyenda de El Tempranillo, el bandido bueno.


José María Hinojosa Cobacho, que así se llamaba el muchacho, vino al mundo algún día entre 1800 y 1805 en Jauja, una aldea perdida en el municipio cordobés de Lucena. Su infancia fue breve y dura, como la de tantos otros hijos del pueblo. A los quince años, tuvo que escapar al monte con una pistola en la mano y una maldición en los labios, después de matar a un hombre en la romería de San Miguel. Tres son las posibles causas del crimen que cometió; la primera, que José quisiera vengar a su padre muerto; la segunda, que José defendiera a su madre que había sido violada; y la tercera, que José amara a Clara, una niña de Jauja. Según esta última versión, al terminar la romería hubo un baile donde un hombre mayor molestó a Clara, José se encaró con él y se retaron a un duelo de navajas, ganando nuestro protagonista al clavarle su navaja y matarlo. El caso es que José María se convirtió en José el Tempranillo, un fugitivo condenado a muerte por la justicia de los poderosos.




Pero no estaba solo. En el monte se encontró con los Siete Niños de Écija, una partida de bandoleros que le acogieron como a uno más y le enseñaron el oficio: robar a los ricos para dar a los pobres y, al menos, quedarse con una parte del botín. El Tempranillo pronto demostró ser un hombre valiente, astuto y honrado, que no mataba por placer ni robaba por codicia. Se ganó el respeto de sus compañeros y el cariño del pueblo llano, que le llamaba el Robin Hood andaluz, el bandido bueno, el defensor de los humildes.


A los dieciocho años, El Tempranillo se hizo jefe de su propia banda y se trasladó a la Serranía de Ronda, un territorio salvaje y hermoso, donde encontró su paraíso y su infierno. Allí asaltaba las diligencias y los carruajes que transportaban el dinero de la Hacienda del Reino, que era como robarle al mismísimo Rey. Allí trataba con nobleza y cortesía a los viajeros y a los lugareños, a quienes ayudaba en sus necesidades y protegía de otros malhechores. Se dice que acompañaba a las mujeres solas por los caminos peligrosos, que impedía que los campesinos fueran extorsionados por los caciques y que respetaba a las autoridades eclesiásticas. Por eso, muchos le querían y le admiraban, y otros le envidiaban y le odiaban.




Porque no todo fueron rosas para El Tempranillo. Su vida fue también una vida de sangre y fuego, perseguido por la ley y por sus enemigos. El rey Fernando VII, ese felón que siguió el ejemplo de su padre y traicionó a su pueblo, envió contra él a los migueletes, unos soldados curtidos en mil batallas que tenían la orden de acabar con todos los bandoleros. El Tempranillo se enfrentó a ellos muchas veces, con valor, astucia y, sobre todo, con suerte. Pero también tuvo que lidiar con otras bandas rivales que le disputaban el territorio y el botín.


Uno de los momentos más trágicos de su vida fue cuando perdió a su mujer, María Jerónima Francés, al dar a luz a su hijo tras una emboscada de los migueletes. El Tempranillo consiguió huir con el niño en brazos y entregó el cuerpo sin vida de su amada a su familia. Dicen que nunca volvió a ser el mismo.




En 1832, El Tempranillo recibió el indulto del Rey y cambió de bando. Se convirtió en comandante del Escuadrón de Seguridad, una fuerza encargada de perseguir a los bandidos que antes habían sido sus compañeros. Algunos dicen que lo hizo por ambición, otros por conveniencia, otros por arrepentimiento. Lo cierto es que al año siguiente, murió a manos de otro bandido, El Barberillo, que le disparó por la espalda cuando intentaba detenerlo.


Su leyenda, sin embargo, no murió con él. Su nombre quedó grabado en la memoria y en el corazón de los andaluces, que le cantaron coplas, le dedicaron novelas y le inventaron leyendas. El Tempranillo se convirtió en un símbolo de rebeldía contra la opresión y de solidaridad con los desfavorecidos. Un héroe romántico, un bandido bueno, un hombre de leyenda.


El Tempranillo fue mucho más que un simple bandolero. Fue un personaje complejo, un producto de su tiempo, un hombre que desafió las normas. Su historia sigue cautivando a quienes se acercan a la rica tradición de los bandoleros en Andalucía y a su lucha por la justicia en medio de la adversidad.

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